viernes, 17 de julio de 2009

La Palma, la isla bonita ( II )


Siguiendo con los prolegómenos del curso, intentando aprovechar mi breve tiempo libre previo, alquilo un vehículo a motor para recorrer un poco la isla. Me sugieren un Astra de 3 puertas. Parezco un pasti, solo me falta un poco de bacalao y una mano de pintura un pelo hortera. Es de gasolina y se me hace raro.

Intentaba hacer una fotografía de Santa Cruz desde lo alto pero hay pocas paradas en los laterales de las carreteras y tampoco era plan de hacer el canelo. Encima de SC hay una cortada salvaje que poco a poco termina en un bosque – cuasi selva – donde se paran todas las nubes. Al final he encontrado un mirador – Santa Margarita -.

He subido hasta un túnel que da acceso al El Paso, pueblo donde está uno de los centros de visitantes del parque de la Caldera de Taburiente. Allí me han dado un número para poder subir con mi vehículo a la colladita, mirador desde el cual parten varias excursiones para ver la caldera.


Como no tenía ni rumbo ni idea del lugar, leyendo una guía, me he planteado subir a un pico, el Bejenado 1854 m. - que yo convertí en Berenjeno -, tapado por una nube, pero supuestamente la vista mejor de la caldera. El sendero es endemoniado, empinado y cubierto de picón – piedra pómez volcánica – y te pones como un cristo de tierra. Hay que tener cuidado pues un resbalón es poco recomendable.


He subido a varios miradores que hay por el camino y el ambiente es muy aéreo, laderas con vertiginosas caídas hacia el interior y un cresterío cubierto de nubes que contrasta con las que están en el escalón inferior. Cosas de las temperaturas y de la meteorología.


Una vez en la cima me he dirigido hacia un espolón rocoso que tenía a sus pies la entrada de la caldera. Allí parado, disfrutando de un silencio de otro mundo, he comido un poco y se me ha ocurrido tirar unas galletas al suelo. A los pocos instantes han comenzado a llegar varios lagartos de un tamaño pequeño, se han comido las galletas y han relamido las piedras que tenían algún trocito de chocolate. Visto el éxito me he puesto a retratarlos, pero al poco han llegado sus padres/madres y la cosa empezaba a preocuparme porsi venía algún otro pariente mayor… No parecía importarles mucho mi presencia y se pegaban por coger los trozos que les estaba tirando. Lo que hace el hambre...


He cambiado de lado para intentar una panorámica pero había unas nubes tocahuevos que no me dejaban completarla y me he tenido que quedar con las ganas. Otra buena excusa para volver…

Cuando estaba bajando me he dado cuenta – todavía más – de la seriedad de la senda. Bajando se ven las cosas de otro modo. También hay que decir que me había traído unas zapatillas de trekking y estaban en el hotel… Las zapatillas tipo verano y el picón traicionero eran una combinación que no me ilusionaba demasiado pero, tranquilamente y con mucha vista, bajé con tan sólo un pequeño resbalón – sin culazo -.

Tomando un café con los pies llenos de tierra volcánica y churretones como los crios... ( de eso me di cuenta después...)

Desde allí me dirigí hacia los Llanos de Aridane, capital económica de la isla, donde se encuentran la mayoría de las plantaciones de plátanos de la isla. Es una ciudad bastante más moderna que Santa Cruz o por lo menos no he visto las casas viejas. Algunos laureleros de indias dan su espesa sombra a bares y bancos.

Desde allí mi idea era subir por el lateral oeste de la isla al Roque de los Muchachos. La carretera tiene una parada obligatoria – casi la única posible c on vista digna – en un mirador junto a un bar: El Time.


Más de 600 metros de caída vertical sobre el barranco de las Angustias – puerta de entrada pedestre de la caldera – espesamente cubierto de plantaciones de plátanos y curiosas redes de tuberías que suben el agua a depósitos situados en lo alto de las plantaciones.

Las carreteras de la Isla están bien de firme, pero son muy reviradas y empinadas. La carretera de acceso, por lado oeste, al Roque está plagada de cerradas “paellas”.

La isla es una sucesión de carreteras de montaña que no tienen nada que envidiar a cualquier puerto de la península . Rápidamente ganas altura y te sitúas por encima de las nubes, y la vegetación – pinar mayormente – va perdiendo unidades a la misma velocidad que ganas altura. El oxígeno puede plantear problemillas puesto que subes, en media hora, a casi a 2600 metros de altura.


Las cúpulas comienzan a divisarse en el horizonte y los codesos – versión isleña de las aliagas – con sus flores amarillas lo cubren todo. El ambiente se ve interrumpido por dos parábolas de espejo – los Magic – que con su reflejo desconciertan al visitante.

Un poco más arriba podemos ver la caldera desde el borde superior a unos 2450 metros de altura, allí la sombra del Roque al atardecer me provocaba algunas dificultades fotográficas y allí me senté a disfrutar de la vista y ver atardecer.


Es muy difícil describir con palabras las sensaciones – entre ellas el puto aire – que sientes allí arriba. Ahora se me ha ocurrido – recordando una entrevista a Edurne Pasaban – que podría describirlo parafraseandola como “un lugar donde me encuentro en libertad”, donde pasa el tiempo sin darte cuenta, y podrías estar allí años.

Un poco de luz y tierra para Paquita...

La belleza te embota y pierdes las nociones de altura, frío, calor y tiempo. Un lugar para volver y disfrutar de otro atardecer y a ser posible dormir allí y ver el amanecer – que debe ser la hostia - con la isla de Tenerife y el Teide de fondo.


Cuando pude satisfacer el gusto de mal fotógrafo y aprovechar la paliza de portear el puto trípode me subí más arriba. Allí tuve la oportunidad de ver como giraban la cúpula y abrían la trampilla del telescopio Isaac Newton. Fue algo increíble que unido al mar de nubes, los colores de los alrededores, y la vista del mar a más de dos km . de profundidad me dejó con la boca abierta.

Se hacía de noche – más – y subí hasta un pico lleno de antenas, desde allí se divisaban más telescopios: El Herschel, el GTC, refulgiendo al sol del atardecer como los escudos de bronce de aguerridos guerreros griegos listos para la batalla. ( Es una reminiscencia del libro que me he leído en este viaje ).



Las condiciones lumínicas y el hostión por el lado de la caldera recomendaban una retirada rápida y efectiva sin vuelos gratuitos. Cuando llegué al coche no se veía ni para escupir – suerte a la luna que estaba medio creciente -.

La bajada estuvo amenizada por el paso de mogollón de gazapos y otros animalitos – pájaros incluidos – y los 35 km. que separan la cima de Santa Cruz se hicieron muy entretenidos. Bajaba enchufado, hambriento y no había en los 30 primeros km. ningún lugar donde poder para dignamente – o no lo vi -. En cualquier caso baje de una tirada y mareado como una peonza llegué – sano y salvo – a la costa. La carretera es menos dura por este lado, pero para joderla...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo del curso debió ser la excusa para ir hasta ahí, se supone.

Josan me fecit dijo...

Más que excusa - aunque lo diga en algún post - fue la oportunidad de visitar los telescopios del Roque y las ganas de conocer la isla ( ya me había planteado alguna vez mirar las jornadas de puertas abiertas ). Todo ello aderezado con mi idea de visitar todas las islas de Canarias; ya sólo me faltan dos: Gomera e Hierro.

Caminante dijo...

La Paquita que mencionas en una de las fotos -puesta de sol-... es... soy... ¿yo?
¡Sí! Gracias
¿No!... bueno... no importa... no te preocupes... no es nada...

Besos. PAQUITA

Josan me fecit dijo...

¿ No decías que te gustaba la luz del atardecer sobre las piedras - o algo así - ?, pues te he puesto una imagen, más o menos digna, sobre el tema.