domingo, 16 de noviembre de 2008

Joaquín Costa ( 1846 - 1911 ), e Isabel, su amor, y María Antígone, su hija.

Tanto tiempo editando un post que, al final cuando lo pongo, me voy a cenar para celebrarlo. Felicidad por un trabajo interesante que por fin terminó. Completarlo bien merece una visita al bar de Ramón, el Goya; bocadillos increíbles, Voll-Damms y al final, la duda: ¿ llegar a casa como un tomate ?, la dulce embriaguez del alcohol, ¿ o no ?. Dura prueba para la " debilidad " de mi carácter.

Allí en la barra, pensando abstraído en comentarios de Fer sobre Baudelaire, poesías de Verlaine, y muertos por la absenta. Todos abandonados, invadidos por la inspiración que embriaga, alcohol venenoso dulce como la muerte, saeta que todo perfora. Y me invade la inspiración, la necesidad de modificar todo aquello que he escrito.

He pensando en Costa, atormentado por la duda, corroído por la pasión, devorado por el amor de padre, crucificado por sus amigos. ¿ Qué esperaría él ?.

Llamar a su puerta, pedirla en matrimonio, llorar a sus pies avergonzado por ese amor que todo perfora y abandona. Quemar esa nave que nos une a la consciencia, y todo bloquea . ¿ Cruzar esa linea invisible que impide al juicio pensar con cordura ? , o quizás, abandonarse como cualquier obrero ebrio, haciendo hora, para no encontrarse con ese oscuro panorama que le espera. ¿ Reducir todo a la sencillez, el vino y la naturaleza que a todos afecta ?.

El amor - pernicioso taladro - que surge tras años de espera con Elisa, viuda, atormentada quizás por ese calor que todo turba, por ese joven - Joaquín - que responsable espera, obligado por poderosas convicciones.

La espera involuntaria, la rémora que todo corroe y atraviesa. Ese rincón olvidado del corazón que la luz no ilumina. Pero,... surge el encuentro: Elisa en un paseo matutino, Joaquín - casi notario - , y el luto - al más puro estilo Baudelaire - que todo provoca. Un saludo triste, tímido, casi vergonzoso; unos colores infantiles decoran su cara, Joaquín, que los ve, se emociona, es duro y vergonzoso reconocerlo, pero esa espera ha valido la pena.

Juntos, separados por el pudor y la vergüenza, mirándose como quinceañeros, esperando ese rincón que permita cruzar unas dulces palabras de consuelo y quizás un suave roce. Me gustaría poder, cruzando el tiempo, verlos allí, juntos, cual pareja, por Chapinería, como paseaba en tiempos Joaquín con su amigo Teodoro y su bella esposa - ahora viuda -, y ver emocionado como aquel amor resucita, cual ave fénix, y todo embarga.

Pero dura poco la alegría en casa del pobre.

Ella se queda en cinta, viuda, 36 años; Madrid es muy viejo, no tiene respeto por el amor. El, sólo, recapacita y atormenta su mente. Todos aquellos pensamientos que había discutido con Giner, aquellas ideas que iban a dirigir nuestras vidas; " El profesor debe enseñar con el ejemplo más que con la palabra ", todo aquello cruza fugaz su cerebro, aquella tarde de marzo, aquella luz, aquel beso fugaz, ¿ Qué hacer ?.

La naturaleza, un dos de enero de 1883, haciendo caso omiso de todo y de todos, hace acto de presencia, y María del Pilar, María Antígone para Joaquín, entra en este mundo. Joaquín - 37 años - está indeciso, no sabe que hacer, bautiza a su hija, pero no la reconoce.

Esta historia no había hecho más que comenzar, Antígone, Mariíta para Joaquín, su gran " locura ", le iba a acompañar hasta su lecho de muerte, cual hija tristemente adoptada.

Una vida atormentada, por ideas, por principios, por un mundo que no comprende, que no acepta lecciones de organización, ni personas verdaderas.

Siempre al pensar recostado en su mecedora, en Graus, junto a sus cartas, sus libros, le vienen a la cabeza esos paseos junto a Elisa, esa criatura que amó y de cuyo amor nació Antígone. Y se atormenta, doblemente dolorido por su mente y su cuerpo. Y lloroso, moja su pluma y continua...

Al final, un frío día de febrero de 1911 , Joaquín postrado en su cama, en la soledad, llora e implora que venga Mariíta, su hija, aquella que amó con locura en silencio, como a su madre Elisa. Y toda la vida pasa por sus ojos mojados, aquellos momentos tristes condensan una vida, una lucha por unos principios, la lucha de la inteligencia contra la fuerza del amor. La lucha de un Titán contra el mundo.

Esa mente privilegiada, abstraída por principios casi religiosos, atormentada por todas las miserias vividas, está invadida por el amor, ese principio básico, primitivo, que no aparece en ningún manual, en ningún principio krausista, en ninguna de esas espesas teorías. Esa mente está embriagada, como cualquier persona, de ese calor infantil, de esa exaltación que a todo el mundo afecta.

Y sin casi notarlo, otra dulce sensación lo invade, el final ha llegado, a su alrededor se oye un llanto amargo, Joaquín sonríe, al final del túnel, junto a una luz, ve a Elisa que abraza cariñosa a Antígone.

( El dibujo y la firma son los que acompañan la " Biblioteca J. Costa", Colección de libros póstumos que sacó su hermano Tomás )

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy en el p.curso leyendo tu blog y me he quedado absorta. Como que me lo he leído tres veces (será también porque soy un poco corta), pero que bonito, no??
Así que ya me he perdido la explicación desde hace un buen rato, voy a ver si me reengancho. Un abrazo.

Josan me fecit dijo...

Bueno, he intentado expresar lo que creo que le pasaba, a mi juicio, a Joaquín Costa por su cabeza. Y en mi exaltación ha salido eso. A mí también me gusta. Creo que es un relato muy apasionado. Yo soy un auténtico enamorado de la obra y del pensamiento de Joaquín Costa, y, creo, se nota.

Anónimo dijo...

Veo que entra con mucha fuerza intimista, tras varios días en el dique seco.
Nos alegramos de que vuelva al tajo¡¡, al final resultará que nos hemos enganchado a sus escritos.

Josan me fecit dijo...

No me había ido, solamente estaba difuso...
Ya se apañará Vd. si se engancha a los escritos o a lo que sea. Luego no me pida daños y perjuicios...